Hace unos 2.000 años, una vez que Roma conquistó el noroeste ibérico, comenzó una verdadera fiebre del oro en este territorio. Múltiples zonas de la actual Galicia, Asturias, León y Norte de Portugal fueron rastreadas minuciosamente para arrancar de las entrañas de la tierra y de los ríos el ansiado metal dorado. En este contexto se construiría, en las orillas del río Coura, el Couço do Monte Furado: un espectacular túnel que permitía desviar el cauce fluvial para extraer de él cuantas pepitas se pudiesen encontrar.
Hoy en día, gracias a un pequeño itinerario señalizado, podemos recorrer un tramo de la orilla del río a su paso por Vila Nova de Cerveira y llegar al túnel para recorrer sus 140 metros de longitud escavados directamente en la roca. Este itinerario nos permite entender el porqué de la construcción de este complejo, su funcionamiento y su excepcional valor patrimonial.
El túnel romano del Couço do Monte Furado se sitúa en la freguesía de Covas, perteneciente al municipio portugués de Cerveira, apenas a una hora en coche desde Vigo. Se encuentra muy cerca de la carretera N301 y, circulando por ella, encontraremos la señalización y una pequeña zona de aparcamiento a un lado de la vía.
Existen dos áreas señalizadas en la carretera, puesto que son el principio y final del pequeño itinerario lineal de 800 metros que puede recorrerse, con calma, en unos 40 minutos. Según se indica en los paneles informativos del lugar, la visita al lugar está prohibida durante la descarga del embalse cercano, situación de la que se avisa mediante señales acústicas.
La pequeña ruta consta de tramos de pista de tierra con terreno irregular y gran pendiente, tanto de subida como de bajada, pero de corta extensión. Según avanzamos por la pista, en algunas zonas podremos observar el río Coura, cuyo sinuoso trazado pasa a pocos metros del camino. No en vano, el túnel fue construido en sus inmediaciones para poder desviar su agua durante el verano y, así, extraer las pepitas del oro camufladas entre la arena del cauce.
El tramo del túnel transcurre 140 metros por un pequeño paso excavado en la roca, así que conviene ir con precaución y llevar linterna o algún dispositivo similar para iluminar el camino. La experiencia al recorrer este pequeño pasaje es verdaderamente sorprendente debido a la oscuridad, la sensación constante de humedad y las formas que van adquiriendo las estrechas paredes de la galería. Aunque el silencio domina el ambiente, de vez en cuando se ve interrumpido por un mínimo sonido, reproducido y amplificado por el eco.
Si nos fijamos en las paredes del túnel lograremos distinguir algunos pequeños huecos: hace 2.000 años, estas pequeñas cavidades sirvieron para colocar las lucernas con las que los trabajadores iluminaban la galería, tal y como se explica en el proyecto de valorización del lugar realizado por la empresa Terra Arqueos, la Universidad de Coimbra y el CSIC español.
En los distintos paneles informativos desplegados en este pequeño recorrido podremos entender mejor cómo funcionaba el mecanismo, el porqué de su construcción y el contexto histórico en el que se produce esta gran obra hidráulica, que ha llegado a nuestros días en un excepcional estado de conservación.
Esta antigua fiebre del oro se desató en el contexto de la reforma monetaria de Augusto (emperador entre los años 27 antes de Cristo y el 14 después de Cristo). A partir de ese momento, la moneda de oro (el áureo) pasaría a ser una de las bases fundamentales del sistema y, por ello, al Estado le interesaba hacer el máximo acopio de material con el que acuñar su divisa.
En ese contexto, el noroeste de Hispania fue sistemáticamente analizado y explotado a fin de conseguir unas nutridas reservas de oro. Las explotaciones auríferas eran propiedad del Estado Romano y, por tanto, los beneficios no repercutían en las poblaciones locales que trabajan en estos lugares.
Así, los habitantes de la zona del Couço do Monte Furado subsistían como sociedades agrícolas y ganaderas y tenían que trabajar en el complejo aurífero como pago de sus tributos a Roma. Sin llegar a tener condición de esclavos, tampoco cobraban cantidad alguna por desarrollar esa dura actividad.
En sus aguas procedentes de la sierra de Arga, el río Coura transporta pequeñas cantidades de oro que, por erosión natural, se desprenden de depósitos primarios. Según avanza el curso fluvial, en zonas de meandro (curva) la velocidad del agua se reduce y, por tanto, el oro acaba depositándose en el lecho. Para aprovechar de forma sistemática este material que se iba acumulando en el fondo, los romanos realizaron un sofisticado sistema que permitía regular el cauce del río según su interés y, así, obtener el mayor rendimiento posible.
Durante el invierno el río va por su curso natural, pues el agua lleva mucha fuerza. Pero en verano, cuando baja el caudal, se aprovechaba una zona de meandro para abrir una presa que desviaba el cauce del río y, mediante un canal de derivación, conducía el agua hasta el túnel. Con este desvío, un kilómetro del lecho natural quedaba seco, facilitando así la extracción de las pepitas de oro que se habían acumulado durante el invierno.
Para recoger el oro se recurría al sistema del bateo, que consiste en llenar el recipiente (batea) con la arena del lecho fluvial y sumergirlo en una corriente de agua. Al remover con la mano, este “lavado” lograba separar los distintos elementos: la grava se desprende y queda tan solo la arena y las posibles pepitas.
Con la llegada del invierno el canal se cerraba para que el río volviese a su cauce natural. De esa forma, el cauce volvía a recibir depósitos de pepitas de oro que podrían recolectarse en la próxima temporada.
Sin abandonar la orillas del río Coura, muy cerca del Couço do Monte Furado encontraremos los restos de una antigua central hidroeléctrica (la segunda que se construyó en Portugal), la presa de Covas y un área de recreo con zonas de bosque y sombra así como merenderos.
Finalmente, también podemos aprovechar para conocer otros enclaves patrimoniales de Covas, como son el castro de Pagade, la iglesia parroquial del Divino Salvador (siglo XVIII), las capillas de Santa Marinha, San Gregorio y Santa Luzía o sus bellos ejemplos de arquitectura tradicional, como la Casa do Carboal, Casa de Covas además de diversos cruceiros y petos de ánimas (alminhas).
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