La playa de Moledo, en el municipio portugués de Caminha, es uno de los referentes de la costa del norte de Portugal, sobre todo durante el verano. Pero, más allá de sus blancas y finas arenas y de sus extensas dunas, es el entorno único que la circunda lo que hace de esta playa un lugar especial. A escasos 300 metros de ella encontramos A Ínsua, una isla fortificada que también contiene los restos de un convento. Y hacia el interior, la Mata Nacional do Camarido, el mayor pinar de la costa Atlántica del norte de Portugal.
El viento y el oleaje son presencias habituales en este arenal, situado muy cerca de la desembocadura del Miño y que nos regala hermosas vistas al municipio de A Guarda, al otro lado del río que hace de frontera natural entre Galicia y Portugal. Y en el agua, resistiendo entre las olas y fuertes corrientes, permanece vigilante el pequeño islote de A Ínsua, con su imponente fortaleza levantada en el siglo XVII.
Esta construcción abaluartada fue alzada en la década de 1640, en plena guerra entre el reino portugués y a monarquía hispánica, con el objetivo de cortar la entrada al río de los barcos españoles y proteger el convento que ya albergaba la isla por aquel entonces. De hecho, los propios monjes colaboraron en su construcción.
Se trata de un lugar solo accesible por mar, pero no desde cualquier punto. La única zona apta es su pequeño arenal, puesto que el resto del perímetro de la isla es roquedo. Ajustándonos a lo que nos muestra la historia, podríamos puntualizar que el islote no está siempre rodeado por el mar: cada cierto tiempo se forma, temporalmente, una lengua de arena que lo une a tierra. Este fenómeno se da cada aproximadamente 50 años, la última vez en 2001.
Dentro del conocido como Forte da Ínsua se encuentran las ruinas de un convento medieval, construido a finales del siglo XIV por monjes franciscanos españoles que decidieron retirarse en el islote portugués y vivir allí en estricta clausura.
Una curiosidad que llama la atención en este singular entorno es la existencia de algún manantial. De hecho, el lugar cuenta con uno de los pocos pozos de agua dulce situados en el mar que se conocen en todo el mundo.
Lugar lleno de historia, testigo de vida religiosa, conflictos bélicos y de ataques de corsarios ingleses, su singularidad y valor patrimonial le hicieron merecedor, en 1910, de la declaración de monumento nacional portugués. Actualmente puede accederse a él en kayak o taxi marítimo (hay embarcaciones disponibles a ambas orillas del Miño) e incluso existe la opción de conocer toda la historia del lugar a través de visitas guiadas.
El entorno de la playa de Moledo reúne una singular combinación de patrimonio natural a conservar y respetar, monumentos seculares, cultura y un paisaje único. Una combinación perfecta a la hora de aprovechar el verano para compatibilizar descanso, recreo, disfrute y conexión con los valores del lugar.
Antes de erigirse la espectacular fortaleza de A Ínsua, en tierra firme y en las inmediaciones del arenal ya había sido creado el pinar de Camarido. Mandado plantar por el rey Don Dinís I de Portugal, este antiguo espacio natural es hoy en día un interesante espacio protegido lleno de senderos, zonas de arbolado de gran porte y lugares para el descanso y recreo. Sus senderos son frecuentados por locales, visitantes y también peregrinos que, en su Camino a Santiago por la Costa, aprovechan el frescor de las sobras en este tramo previo a la entrada en Galicia.
Con una extensión de 144 hectáreas, la Mata Nacional de Camarido ofrece grandes áreas para el paseo a pie y en bicicleta, así como frescas sombras, espacios de merendero y algunos establecimientos de camping y restauración, entre otros servicios. Entre el arbolado dominante encontramos varios tipos de pino, pero también distinguiremos ejemplares de alcornoque y laurel, entre otros. Por desgracia, algunas especies de comportamiento invasor, especialmente la acacia, también han adquirido presencia en algunas zonas.
Pese a esta amenaza, en el sotobosque de ese extenso pinar aún podemos encontrar algún frágil tesoro oculto, como es el caso la camariña. Se trata de un arbusto endémico de la Península Ibérica (en su costa Atlántica desde la provincia de A Coruña hasta Cádiz) y que, en Galicia, podemos encontrar en algunos puntos de la costa de A Coruña y Pontevedra. Son conocidas las poblaciones de la Ensenada do Trece (en Camariñas) y en las islas Cíes. A partir de ahí, hacia el sur no existen más ejemplares hasta la Mata do Camarido que es, además, la única población de camariña conocida en el Norte de Portugal.
La situación actual de esta especie en el norte de la Península es delicada y merecedora de acciones para su conservación. Pese a que ya no sea tan habitual verla, podemos intuir que su presencia en el pasado fue mayor, pues no resulta complicado encontrar la huella que su nombre ha dejado nombres de lugares de nuestra geografía cercana. Así, derivados de la palabra camariña y su variante caramiña tenemos los topónimos ya citados de Camariñas y Camarido, junto a otros como A Pobra do Caramiñal.
Otra prueba de su importancia pasada está en que tanto la planta como sus característicos frutos blanquecinos han tenido diversas aplicaciones tradicionales a lo largo de la historia. Según indica Noé Ferreira en su estudio titulado A Camariña na Mata Nacional do Camarido, publicado por ANABAM, entre sus usos destaca el alimenticio (los frutos eran vendidos en las ferias), el medicinal (como, por ejemplo, el antiquísimo aprovechamiento de sus propiedades para bajar la fiebre) y la elaboración de escobas.
La camariña tiene floración invernal y da fruto cada dos años. Sobre el origen de sus características bayas blancas existe una antigua leyenda portuguesa, originaria de la localidad de Marinha Grande. Precisamente allí se encuentra otro pinar costero histórico, la Mata Nacional de Leiría.
Según el relato popular, la reina Isabel, esposa de Don Dinís, era una mujer conocida por su bondad y quien, además, sufría mucho por las conocidas infidelidades de su marido. Un día salió a caballo a buscar a su esposo por el pinar, intentando sorprenderlo, y rompió a llorar al encontrar al rey perpetrando el engaño. Las lágrimas que la Reina Santa derramó del dolor que sentía por la traición cayeron al suelo y acabaron convertidas en un hermoso manto blanco de camariñas.
“Desde ese día, esos pequeños arbustos florecen en homenaje a las lágrimas santas de la reina. Por esa época del año, en septiembre, se cubren de pequeños frutos blancos agridulces por el inmenso Pinar del Rey, de forma más intensa frente a la orilla del mar”, afirma la leyenda reseñada en la propia página del concello de Marinha Grande.
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