El fotógrafo Felipe Carnotto no dudó en desplazarse al este de Europa junto al también fotógrafo Adrián Irago y el periodista Cristián López para documentar la situación que vivían los refugiados sirios. Allí estuvieron en septiembre de 2015 haciendo la ruta de los Balcanes que transcurría por Serbia, Grecia y Macedonia, para después trasladarse a los campos instalados en el corazón de Europa.
Fruto de ese trabajo, el Fondo Galego de Cooperación e Solidariedade inicia una gira la exposición “No colo da esperenza” para poner el foco en las injusticias que siguen padeciendo miles de personas que huyen de la guerra con la esperanza de vivir en paz. La muestra está ya abierta y puede visitarse hasta el próximo 4 de mayo en el Concello de A Guarda. En Metropolitano.gal hablamos con Carnotto sobre cómo recuerda, casi tres años más tarde, aquella experiencia.
Pregunta. ¿Cómo recuerdas la experiencia?
Respuesta. Fue unos meses después de que saliera a la luz la impactante fotografía de Aylan Kurdi, que apareció ahogado en la playa Kos. Cristián López, Adrián Irago y yo ya estábamos detrás de todo lo que pasaba con el tema de los refugiados, pero la fotografía del niño recogido por los guardacostas fue el desencadenante y uno de los motivos que me llevó a hacer la ruta de los Balcanes.
P. Además de la ruta de los Balcanes, estuvisteis en el controvertido campo francés de “La Jungla”
R. En la Jungla estuvimos unos meses antes de que lo desalojaran, y allí estuvimos con jóvenes sirios que habíamos conocido en la ruta. El objetivo era completar el material de la ruta de los Balcanes y mostrar cómo en el centro de Europa había auténticos poblados de gente viviendo en condiciones infrahumanas.
P. La denuncia de trabajos como el vuestro permitió que se cerraran esos campos.
R. Sí, es cierto que se desalojó finalmente. Fue bastante violento, pero aunque ahora ya no vive nadie en esos campos el problema sigue ahí. A esa gente no se le dio refugio y ahora muchos están en París o en alguna ciudad de Francia con las mismas condiciones inhumanas y durmiendo en tiendas de campaña.
P. ¿Te esperabas todo lo que viste?
R. Cuando fui ya sabía que había refugiados, pero lo había visto solo por la televisión o la prensa, pero ir allí es muy impactante, sobre todo la primera vez. Nosotros llegamos a Gevgelija, un pueblecito fronterizo de Macedonia con Idomeni en Grecia, y ver los refugiados andando fue bastante duro. Sobre todo porque sonreían y tenían mucha ilusión. En ese momento yo ya dudaba de cómo los iba a recoger Europa. Mucha gente ha tenido suerte, pero otros siguen igual de mal. Esa esperanza y felicidad me mataba, aunque para ellos escapar de la guerra y estar vivos ya era motivo de felicidad.
P. La capacidad de empatía es mayor con refugiados que con mis migrantes?
R. Un inmigrante y un refugiado tienen necesidades diferentes. Por ejemplo, un refugiado sirio lo que quería en el campo de refugiados, y a donde iban antes de comer o ducharse, era conectarse por el móvil, como cualquiera de nosotros que estamos todo el día con Facebook, Twitter, etc. Además, les valía como una brújula para situarse y compartir información con sus familiares.
P. ¿Sigue en contacto con alguno de ellos?
R. Con algunos todavía hablamos, pero a otros ya les hemos perdido la pista. Por ejemplo, uno de los que todavía tienen relación con nosotros es Aladín, que vive en Alemania y cuando lo conocimos quería empezara estudiar Ingeniería. Sabemos que ya aprobó el grado de alemán para poder cursar sus estudios y ahora está ya en la universidad. Él ha tenido suerte al ser acogido y se ha integrado, otros han tenido peor suerte.
P. Llama la atención el elevado número de niños que vemos en tu trabajo.
R. La exposición la quise centrar en los niños, porque entre los primeros refugiados que estaban llegando había muchísimas familias que querían ir a Alemania. Angela Merkel había dicho que necesitaba refugiados y que los acogía, por lo que la mayoría eran familias sirias, también iraquíes y afganas, que se dirigían al país germano con los niños.
P. ¿Qué historia fue la que más te impactó?
R. Es una experiencia que no se olvida., ves a la gente en esas condiciones y se te queda grabado. De mi experiencia personal, aunque recuerdo días, horas y momentos, hay una historia que me impactó mucho. Cuando llegamos a Gevgelija nos encontramos con una familia que estaba agotada y los padres me dieron a su hijo para que lo llevara en brazos. Estaban tan cansados que me confiaban a lo que más quería, y que se fiaran de mi de esa forma tremenda fue impactante.
P. ¿En algún momento has dudado entre estar tras la cámara registrándolo todo o dejar el trabajo y echar una mano?
R. Es complicado. Muchas veces tu buena intención hace que las cosas no vayan bien, para ayudar hay que saber cómo. En una ocasión, estaba con los refugiados y me preguntaron por dónde debían ir. Yo los envié al campo de refugiados y, aunque fue con mi buena intención, los retrasé 24 horas. Si hubiese sabido eso los llevaba directamente a una para de bus. Otro tema son las situaciones extremas, es evidente que hay que ayudar. Mis compañeros que han estado en Lesbos o las islas griegas todos han ayudado. Se puede hacer las dos cosas, hacer fotos y ayudar.
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