Desde sus milenarios orígenes, A Guarda está vinculada al mar. La villa marinera tiene el privilegio de acoger el punto donde el Miño entrega sus aguas al Atlántico, entorno de singular belleza y de gran relevancia medioambiental, estratégica, histórica y económica. Este municipio del sur pontevedrés nos ofrece muchas opciones para pasear cómodamente a la orilla del mar, itinerarios que transcurren por tierra firme pero que nos dan la ocasión de empaparnos de Atlántico descubriendo pequeños arenales, playas de cantos rodados, salinas romanas, cetáreas centenarias y muchas otras sorpresas.
Seguiremos el Sendero Azul, un itinerario de algo más de 5 kilómetros que comienza en el arenal de O Muíño, en Camposancos, y bordea la costa guardesa hacia el norte hasta llegar a la playa de Area Grande. Se trata de un paseo muy cómodo para hacer a pie y que nos permitirá disfrutar del paisaje y el patrimonio local mientras nos dejamos acariciar por el ambiente salado y la brisa del mar.
Estos son los 6+1 imprescindibles que incluimos en este plan, las siete paradas que nos desvelarán todos los secretos de A Guarda más atlántica:
El estuario del Miño, justo antes de que el río se funda totalmente con el mar, es uno de los humedales más importantes de la Península Ibérica y el punto de mayor interés natural de A Guarda debido a la confluencia de ecosistemas fluviales y marítimos. Destaca especialmente la gran riqueza de aves que alberga, pues muchas de ellas eligen esta zona para pasar el invierno.
Para nuestra ruta por el litoral guardés siguiendo el Sendero Azul tomaremos como punto de partida el arenal de O Muíño, una de las últimas playas fluviales en la zona de la desembocadura del Miño, en Camposancos. En esta zona encontraremos espacios de gran interés natural como son las zonas de dunas y su singular vegetación.
Continuando nuestro camino hacia la desembocadura nos iremos acercando hacia la pequeña playa de O Puntal. Si la marea está baja podremos observar fácilmente los restos de algunas pesqueras que todavía se conservan. Se trata de estructuras de piedra de manera semicircular situadas justo a la orilla del mar, y que siglos atrás sirvieron para capturar pescado.
Pero lo que sin duda llamará más nuestra atención desde este punto son las vistas a A Ínsua, el islote portugués (pertenece al municipio de Caminha) sobre el que se alza una gran fortificación construida en XVII. Si hace buen tiempo, merece la pena esperar al atardecer y contemplarla durante la puesta de sol: la mágica e imponente silueta de la fortaleza queda envuelta en un cielo de colores rosados cercados por los tonos azules y blancos del oleaje.
Siguiendo por el paseo entablado que encontramos en este recorrido, llegaremos al espacio denominado Piñeiral Castrexo, una intervención artística en la que el autor Xosé Cabaleiro juega con las perspectivas y la disposición de los troncos de los árboles que conforman este pinar, los cuales le sirven de soporte a su original propuesta pictórica.
Si probamos a situarnos en el paseo de forma que vayamos encontrando el ángulo idóneo, conseguiremos descifrar, en cada conjunto de árboles, algunos de los motivos más habituales del arte rupestre prehistórico atlántico: trisqueles, reticulados, espirales y muchas formas más.
En este recorrido, las sorpresas están a cada paso: unas veces fáciles de encontrar y, en otras ocasiones, algo escondidas o camufladas. Alguno de los elementos que más desapercibidos nos pueden pasar son los antiguos molinos de viento que funcionaron en la zona hace más de un siglo. Algunos reconstruidos, aunque con modificaciones y transformaciones respecto a las construcciones originales, es fácil distinguirlos por la forma cilíndrica de su edificio.
En el municipio llegó a haber posiblemente entre 7 y 10 molinos de viento, aunque hoy en día quedan restos de una media docena de ellos, repartidos entre el núcleo de A Guarda y la entidad local menor de Camposancos. Tuvieron actividad entre principios del siglo XIX y principios del XX, aproximadamente.
A lo largo de nuestro paseo podemos mirar hacia tierra, con la cima del Trega siempre vigilante sobre nuestras cabezas, o bien hacia el mar, donde poco a poco nos percataremos de que la fina arena de las playas fluviales del principio del recorrido ha ido dando paso a las playas de cantos rodados de la ribera marítima. Precisamente en la zona de O Seixal, así denominada por la acumulación de pequeñas piedras redondeadas por el desgaste de la acción del mar (conocidas como seixos), encontraremos unos interesantes restos arqueológicos de salinas romanas.
Durante el Imperio Romano, la costa sur de Galicia (y también el norte de Portugal) fue un importante enclave salinero. Prueba de las antiguas prácticas de extracción de este valioso recurso, que se obtenía por evaporación del agua marina estancada, es el yacimiento de O Seixal, donde podemos ver y entender cómo, cuándo y para qué funcionaron estas explotaciones.
Si seguimos avanzando en nuestra ruta, acercándonos ya hacia la zona del puerto de A Guarda, saldrán a nuestro paso nuevas sorpresas. Tras pasar la cetárea da Grelo y la playa de O Carreiro llegaremos al paseo marítimo, donde el vistoso colorido de las fachadas de las casas nos dará una alegre bienvenida al casco urbano.
En dirección hacia la zona de O Portiño, y sin separarnos del borde marítimo, pasaremos por el Museo del Mar, situado en la reconstrucción de una atalaya del siglo XVII, y podremos contemplar la gran pintura mural que decora el espigón portuario. Ya estamos cerca del final de nuestra ruta por el Sendero Azul pero, antes de llegar a la playa de Area Grande, todavía encontraremos los restos de alguna cetárea más.
Al llegar a Area Grande podremos decidir si queremos concluir nuestro recorrido o si, por el contrario, preferimos seguir un poquito más y llevarnos una sorpresa final. Si caminamos tan solo un kilómetro y medio más al lado del mar descubriremos la cetárea más singular de todas las que se conservan en A Guarda: A Redonda.
Desde la zona de las playas de Fedorento y Area Grande, llegaremos hasta ella siguiendo las señales que indican el Camino Portugués de la Costa en dirección hacia Baiona.
Bien merece la pena una visita a la cetárea de Pepe Sobrino, conocida como A Redonda por su característica forma. Es uno de nuestros imprescindibles para empaparse de paisaje y cultura atlántica en A Guarda, pues esta construcción sorprende por sus impresionantes dimensiones, su estado de conservación, su accesibilidad y las vistas desde su estratégica ubicación.
En un puerto pesquero y zona de marisco como A Guarda, no es de extrañar que la cigala sea uno de los principales referentes gastronómicos locales. A finales del siglo XIX y principios del XX, las codiciadas cigalas se distribuían a numerosos puntos de la Península. Para conservarlas vivas antes de ser trasladadas a su destino final, se mantenían vivas en las cetáreas, construidas en piedra a la orilla del mar, bañadas por las aguas atlánticas.
Poco a poco estas estructuras precursoras de los actuales viveros fueron quedando en desuso y hoy podemos disfrutar de ellas como parte de las señas de identidad del patrimonio guardés. La denominada “Ruta de las Cetáreas” (de 4,5 km, incluida en este itinerario) permite conocer las cuatro que todavía se conservan en el municipio: A Grelo (la primera que encontramos en nuestro recorrido), Portiño, Redonda y Altiña (a pocos metros al norte de A Redonda).
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