El documental se centra en la figura de William Ford Jr., joven afroamericano asesinado un 7 de abril de 1992, a la edad de 24 años, a causa de un disparo de escopeta efectuado por Mark Reilly, joven blanco de 19.
Después de sufrir un accidente de tráfico tras chocar contra su coche un vehículo propiedad de la compañía (un taller mecánico) en la que su asesino trabajaba, la otra parte implicada le ofrece a William la reparación gratuita del coche a cambio de que no realice denuncia ante la policía. El joven accederá, y lo que en un principio se convierte en un buen acuerdo para ambas partes, derivará en un aumento progresivo de tensión, al no dejar de retrasarse la fecha de entrega del vehículo, incidente entre el propio William y Mark de por medias incluido. Todo llegará a su final la noche del asesinato, cuando William acude al taller a recoger el coche y, tras una discusión, acaba recibiendo un escopetazo que resultará mortal por parte de Mark.
(ESTA CRÍTICA PODRÍA CONTENER SPOILERS)
El documental resulta muy irregular. Comienza con una tremenda fuerza que, sin duda, enganchará al espectador. Será en su tramo medio cuando empiece a flaquear, yendo durante varios minutos a la deriva, con un ritmo narrativo que por momentos se hace inexistente, llegando a resultar algo cargante, con algunas declaraciones por parte de los que le conocían repetidas de forma exacta en determinados puntos del documental, siendo un recurso de lo más pesado. A pesar de una ligera remontada en los minutos finales, este último tramo del documental no logra mejorar demasiado el punto bajo en el que nos sumió, previamente, como espectadores.
El principal problema que presenta es que, lo que en un principio parte como un intento de reconstruir la investigación llevada a cabo tras la muerte de su hermano, acaba siendo más una especie de homenaje al fallecido, convirtiéndose en un documental válido al 100% para los cercanos a la familia, pero de por momentos difícil visualización para el espectador, quedándose más en una reflexión acerca de su personalidad y de los motivos que llevaron a su muerte que en una investigación propiamente dicha sobre lo sucedido.
Sí resultan, sin embargo, muy interesantes algunas reflexiones como las llevadas a cabo sobre el Gran Jurado (tema en el que sin duda se podría profundizar mucho más, siendo de un grandísimo interés), sobre la situación racial que se sigue viviendo en Estados Unidos cuando se trata de juzgar un caso en el que está involucrada una persona de color o el enfocar el metraje como un retrato de la aflicción que siente una familia al perder a un miembro tan joven y todo lo que puede llegar a experimentar ésta durante un periodo de tiempo (22 años) tan largo, con sus altos y con sus bajos.
El documental, por momentos, y aunque por otra parte sea normal, llega a ser demasiado personal por parte del director, centrándose en determinados minutos más en su propia persona que en el caso del hermano, algo que resta objetividad y que puede llegar a sacarnos un poco de lo que se nos está contando.
Los juegos emocionales resultan muy forzados. El mejor ejemplo de ello sería el no contarte que la madre falleció durante el rodaje del documental hasta casi el tramo final, tras centrar una enorme parte del metraje en su testimonio. Si bien el golpe inicial resulta sorprendente, analizado en frío resulta un recurso incluso frívolo que busca jugar con las emociones del espectador de una forma un tanto metida con calzador.
El manejo de la cámara sí resulta ser a lo largo de todo el metraje sobresaliente, destacando por unos primeros planos en todo momento excepcionales. Algunos de los fragmentos más destacados del documental serán aquellos en los que Yance lee extractos del diario de su hermano a pocos días de fallecer, resultando estos momentos de gran calado emocional de una forma muy acertada. Su voz será precisamente la que escucharemos a lo largo de todo el metraje, encargándose de la narración en off presente durante la película.
Como el propio director dice en un momento del metraje, su hermano se convirtió en el principal sospechoso de su propia muerte, al ser considerada como única evidencia su color de piel, con Mark siendo puesto en libertad, sin tan siquiera ir a juicio, tras declarar que realizó el disparo en “defensa propia”, cuando William estaba en todo momento desarmado. Se cuestionan temas como el miedo homicida, ése que puede llegar a hacer que un asesinato sea considerado defensa propia o cómo determinados sectores de la sociedad siguen viendo con desdén a la población de color.
22 años tuvieron que pasar para que la herida se cerrase lo suficiente como para poder “hurgar” en ella de nuevo y comenzar Yance a rodar un documental sobre el asesinato de su hermano, que ha terminado siendo nominado al Oscar en el apartado de Mejor documental largo, siendo éste el primer proyecto de su director, que será, a su vez, el primer hombre transgénero nominado por la Academia.
Con un resultado muy irregular, este proyecto, del que, para ser sinceros, esperaba mucho más, se queda en un aprobado raspado, que me resulta sorprendente que haya sido nominado a los Oscar, con una historia que habría podido resultar mucho más interesante desde otro punto de vista, pero que no está nada mal si tenemos en cuenta que era la iniciación del director tras la cámara, a pesar de no llegar a ser, en líneas generales, un documental recomendable.
Título original: Strong Island
Estreno: Disponible en Netflix desde el 15 de septiembre
Año: 2017
Duración: 107 minutos
País: Estados Unidos
Dirección: Yance Ford
Música: Hildur Guðnadóttir y Crag Sutherland
Fotografía: Alan Jacobsen
Género: Documental
Sinopsis: “Analizando la muerte violenta del hermano del director y el sistema judicial que le permitió irse libre, este documental cuestiona el miedo homicida y la percepción racial”.
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