Se estima que en Galicia existen cerca de 3.000 castros celtas, muestra todavía hoy de la larga y rica historia de la comunidad gallega. Una vista atrás permite ver de dónde venimos, de dónde proceden muchas de nuestras costumbres, tradiciones o rasgos y esa recapitulación lleva sin duda alguna a la cultura castreña.
Algunos de los textos más antiguos que nos permiten saber cómo era la vida y sociedad de estos antiguos castros son los de los propios exploradores romanos, que llegaron siglos después de los celtas y extendieron su imperio por nuestro territorio. Algunos ejemplos son las crónicas de Heródoto o Estrabón, quienes dejaron constancia de que la vida de estos poblados giraba en torno a las batallas, la pesca y la agricultura.
Los celtas galaicos (como se conoce a los que habitaron Galicia en aquel momento) estuvieron presentes desde aproximadamente el 600 a. C. y dejaron a lo largo de nuestro territorio muestras de su estancia aquí. Poblados, petroglifos, joyas... que plasman una historia que no se puede conocer de primera mano, ya que no existe constancia escrita de estos pueblos más allá de la aportada por sus propios conquistadores, debido a su cultura eminentemente oral.
Por ello, el mejor modo de conocer este apartado de la historia de Galicia es presenciarlo en persona, y en Pontevedra tenemos muchas opciones. Poblados castreños que han perdurado durante siglos para contar su historia, que permiten conocer cómo vivían, se comunicaban o se defendían estos pueblos.
A pesar de que en Galicia hay yacimientos de gran valor y calidad, como Baroña (A Coruña) o Viladonga (Lugo) y pese a que muchos de los castros de nuestro territorio precisan de un cuidado e inversión que no reciben (como denotan muchas de las fotos de estos espacios y como manifiestan muchos de sus visitantes), en nuestra provincia podemos disfrutar de algunos castros que, por su ubicación, tamaño o características se han situado entre los más populares.
Un gran conocido en la ciudad es el poblado celta de O Castro, monte al que da nombre. Este poblado se extiende en 1.800 metros cuadrados en la ladera nordeste del monte y cuenta con tres viviendas castreñas reconstruidas que permiten conocer el modo de vida de estas civilizaciones desde dentro. Hay recuperadas veinte viviendas, aunque la ausencia de nuevas excavaciones no permite conocer la magnitud real del asentamiento.
Se piensa que el poblado pudo llegar hasta la parte más alta de la montaña, demostrando de ese modo que Vigo ya era una zona importante en aquella época, que probablemente se benefició del comercio marítimo a través de la Ría.
Se estima que la vida de este asentamiento transcurrió entre los siglos II a. C. y el III d. C., y sus características son muestra de las preferencias generales de los celtas: zonas de litoral y localizaciones altas, privilegiadas para la defensa.
El castro de Troña se ubica a más de 200 metros de altitud en el monte Doce Nome de Xesús y desde él se obtienen unas vistas bonitas a la par que estratégicas del valle. Aunque se calcula que los restos datan del 600 a. C., los años de esplendor de este poblado fueron durante lo siglos I a. C. y II d. C.
La mayoría de las viviendas visibles tienen planta circular, típica de los asentamientos celtas, sin embargo algunas de planta rectangular denotan que este fue un poblado que perduró durante la romanización, asimilando costumbres y maneras de hacer de los romanos. La forma de las viviendas, además de la llegada del Imperio son prueba de la existencia de diferentes clases sociales, al ser algunas simples y otras contar con dos estancias separadas, a modo de vestíbulo y habitáculo.
Otro de los atractivos de este castro es A serpe de Troña, un petroglifo grabado en la cara horizontal de una piedra, con forma de serpiente. El símbolo se vincula a la protección del poblado, dada la absoluta relación de estos pueblos con la naturaleza.
Uno de los castros más grandes del noroeste peninsular, a las puertas del océano pero también estratégico en el control del Miño. Se trata del castro de Santa Trega, en A Guarda, ubicado a más de 340 metros de altitud y fronterizo con Portugal. Se calcula que este castro reunió a cerca de 5.000 habitantes desde el siglo II a. C. y el yacimiento se extiende por casi 20 hectáreas a pesar de que tan solo una parte está excavada. El poblado propiamente dicho ocupa 700 metros en dirección norte y 300 en dirección sureste.
Además de en los límites amurallados, por diferentes partes del monte se han encontrado construcciones castreñas, además de petroglifos y restos de cerámica y joyas. Muchos de estos restos que dan pistas sobre la vida del castro pueden disfrutarse en el museo Masat de la Sociedad Pro-Monte de A Guarda.
El monte O Facho, en Donón (Cangas) acogió desde hace siglos diferentes civilizaciones. Su ubicación - como siempre - estratégica, cercana a Cabo Home, atrajo desde milenios atrás a pueblos que buscaban un espacio donde establecerse. Beróbriga es el nombre que se acuñó para el poblado castreño de lo alto de este monte, con casi cincuenta construcciones de planta circular que se comunicaban entre ellas a través de callejuelas estrechas.
Las investigaciones apuntan al uso de este castro como un lugar de culto, constituyendo el lugar de peregrinación más antiguo de Galicia para honrar al dios Bero-Breo. De hecho, se habla de cientos de altares en honor de dicha deidad. Las excavaciones han permitido conocer el proceso de asimilación de la cultura romana y la convergencia del cristianismo con las religiones paganas prerrománicas.
El castro de A Lanzada es sin duda motivo de desacuerdo entre los investigadores, ya que no presenta el carácter defensivo que caracteriza a estos poblados. Se estima que el asentamiento data de finales de la Edad de Bronce y, por el contrario, se le atribuye un marcado carácter comercial ya que en el yacimiento se han encontrado vasijas y mercancías provenientes del Mediterráneo.
El castro de A Lanzada cuenta con una edificación que se piensa fue utilizada como almacén, precisamente ligada al aspecto comercial, pero además y tal vez lo más importante, con una necrópolis romana. El suelo arenoso de la zona ha permitido conservar los restos en un estado excepcional. De hecho se encontraron huesos de adultos y niños que esperan dar pistas sobre el modo de vida del asentamiento.
En O Montiño encontramos el castro de Alobre, actualmente en proceso de musealización. Se estima que el espacio estuvo ocupado entre los siglos I a. C. y III d. C, logrando su máximo esplendor durante el imperio de Augusto y la dinastía Julio-Claudia. El yacimiento presenta un reparto a tres alturas protegido por construcciones defensivas que aprovechaban la propia orografía del lugar.
Se han documentado más de 20.000 piezas de gran valor histórico y en el propio poblado se pueden encontrar restos de un hipocaustro, un sistema romano utilizado para calentar baños y termas. También una necrópolis romana con cerca de 30 tumbas, todo ello muestra del perdurar del castro aun tras la romanización.
Los restos de este poblado celta conocido como Monte do Castro se encuentran entre las parroquias de Leiro y Besomaño, a más de 100 metros de altitud. Las investigaciones sobre el terreno han constatado que el espacio fue abandonado en el siglo I de nuestra era tras un incendio que se presupone intencionado. Precisamente ese era el modo predominante de acabar con pueblos enteros en aquella época, y así lo demuestran las pruebas realizadas en el yacimiento.
Se trata de un espacio arqueológico de especial valor no solo por su marcado carácter defensivo, con una fuerte muralla de metro y medio de alto por cifras similares de ancho que rodea su perímetro, sino también por la existencia de viviendas poco habituales. Concretamente una construcción de 300 metros cuadrados y dividida en estancias que se vincula a algún personaje importante o jefe del poblado.
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