La expresión “la sal de la vida” es quizás el refrán que mejor refleja la importancia de este elemento. El sodio es básico para nuestra supervivencia y con este condimento la comida siempre sabe mejor. Pero es que además, este producto ha servido como conservante y numerosas culturas le dan usos rituales. Debido al gran valor que adquirió en algunas épocas históricas y a su uso como forma de pago en tiempos antiguos, a ella le debemos la palabra “salario”.
Sin tener que alejarnos mucho de Vigo, podemos realizar una interesante ruta a través de la que descubrir diferentes formas y lugares donde, con gran destreza y sabiduría, nuestros antepasados consiguieron despojar al mar de tan preciado bien. Pero en este viaje el pasado se funde con el presente y el futuro, así que también nos permitirá comprobar que, aunque hayan pasado miles de años, algunos procedimientos no han cambiado en lo esencial. Realizaremos el recorrido de sur a norte, desde la localidad lusa de Aveiro y hasta la pontevedresa de Vilaboa: casi 300 kilómetros de roadtrip para descubrir la historia de algunos de los más bellos y singulares paisajes de sal.
Como si nos embarcásemos en una máquina del tiempo, esta ruta nos descubrirá rudimentarios pero eficaces modos de obtención de la sal, complejos de extracción del valiosísimo “oro blanco” que funcionaron durante el Imperio Romano, salinas de la Edad Moderna e incluso algunas que siguen en activo, innovando y diversificando su actividad.
A menos de dos horas y media de Vigo encontramos la localidad portuguesa de Aveiro. Conocida como la Venecia portuguesa por sus canales y sus moliceiros (esas embarcaciones que cumplen la misma función que las góndolas venecianas), esconde muchos otros tesoros patrimoniales. Entre ellos, en varios puntos de la ría de Aveiro podremos encontrar explotaciones salineras aún en activo. Esta zona vivió un esplendor inigualable durante la Edad Media y en el presente la actividad pervive aunque mucho más reducida e incluyendo también el aprovechamiento turístico a través de visitas, baños salados y otras experiencias.
En estas instalaciones podemos contemplar una inmensidad de estanques de distintos tamaños y delimitados por zanjas y pequeños muretes. En lo que parece un inmenso espejo cuadriculado, el agua va pasando de unos estanques a otros poco a poco y se va evaporando por acción del sol y de la brisa marina. Todo el proceso lo podemos ir siguiendo mientras paseamos por el entorno y, visitando cuadrícula a cuadrícula, comprobaremos cómo, según se evapora el agua, se va concentrando el contenido de sal y finalmente llega a cristalizar.
Aunque pueda parecer increíble, en tan extremas condiciones de exposición a la sal, al sol y a los efectos de las subidas y bajadas de la marea, la vida sabe cómo abrirse paso y acomodarse a condiciones extremas que varían a lo largo del día. Aveiro es un buen lugar donde descubrir ejemplos de adaptación tan llamativos como el de la salicornia, que nace de forma espontánea en marismas con gran concentración de sal. Entre las muchas utilidades que se le dan actualmente a esta planta destacan los usos culinarios por su suculento sabor a mar. Puede consumirse cruda, cocinada o deshidratada y, por su peculiar gusto, hay incluso quien la denomina “sal verde”. Si nos fijamos en su apariencia, no es de extrañar que también reciba el nombre de “espárrago de mar”.
Hoy en día, las salinas aveirenses nos hablan de modernidad, futuro e innovación, pero también combinan estas características con una tradición que proviene de un pasado repleto de esplendor y prestigio. Los primeros registros de salinas en la zona datan del siglo X (del año 959, están considerados los más antiguos de Portugal) y ya en el siglo XIV era tanta su producción que exportaban producto a gran cantidad de países; especialmente Holanda, Dinamarca, Noruega, Francia, Suecia y Reino Unido.
El territorio gallego también hizo uso de los recursos de este territorio y, si queremos buscar un buen ejemplo próximo a Vigo, encontraremos en la Baiona medieval una fiel cliente de Aveiro: el monopolio de salazón de pescado que ostentaba en Galicia este puerto real le llevó a echar mano de la preciada sal portuguesa.
Desde Aveiro continuaremos nuestra ruta litoral hacia el norte, haciendo una parada en Viana do Castelo para visitar las espectaculares concentraciones de pilas salineras prehistóricas, de muy sencillo pero eficaz funcionamiento. En la freguesía de Carreço, encontramos bellos ejemplos excavados en la piedra en la playa de Fornelos.
Allí, en un gran afloramiento granítico podremos contemplar una multitud de rebajes de aproximadamente dos centímetros de profundidad y dotados con bordes que permitiesen retener el agua del mar y, por acción del sol y la brisa, provocar un rápido proceso de evaporación. Este antiquísimo complejo lleno de formas irregulares, situado en pleno Geoparque Litoral de Viana do Castelo, está datado en la Edad de Hierro.
Pero no son estas las únicas en todo el geoparque. Paseando por los arenales de sus inmediaciones, entre restos de dunas fósiles, petroglifos y molinos de viento, encontraremos algunas otras zonas con restos de estas milenarias estructuras.
Una vez cruzado el Miño, si nos dirigimos hacia Camposancos (A Guarda), donde encontraremos, a lo largo de la senda litoral, varias pilas salineras similares a las encontradas de Portugal, posiblemente de la Edad de Bronce y que quizás se siguieron utilizando en etapas posteriores, como la Edad del Hierro. Si caminamos desde la playa do Muíño en dirección hacia el puerto de A Guarda por la pasarela de madera, además de encontrar algunos de estos ejemplos también pasaremos por delante de la salina romana situada en la zona de O Seixal. En tiempos del Imperio Romano, la Galicia atlántica y el Norte de Portugal fueron un gran complejo de explotación salinera y este yacimiento, donde podemos ver un fragmento de lo que fue esta extensa salina, es buena muestra de ello.
Destaca su excepcional estado de conservación, pues podemos ver perfectamente las cuadrículas de cada uno de los estanques. Visitando la salina de Aveiro, la salina guardesa y completando estas dos paradas con la siguiente (el yacimiento y museo Salinae de Vigo) podemos constatar que, aunque hayan pasado 2.000 años, los procedimientos de extracción de sal marina por evaporación no han variado en lo esencial.
Lo que sí puede extrañarnos es que, tanto en el caso de las pilas salineras como de la salina romana de O Seixal o Salinae, sus emplazamientos no estén directamente en contacto con el mar. Esto ocurre porque, con el paso del tiempo, el nivel del mar y la línea de costa han ido cambiando y hoy en día las encontramos en puntos lejanos a la orilla.
Por su excepcional tamaño, trabajos de musealización y estado de conservación, el yacimiento de Salinae es un ejemplo único de salina marina en todo el territorio que abarcó el Imperio Romano. Podemos visitarla en pleno dentro de Vigo, justo a la entrada del centro de salud de Rosalía de Castro.
Por el excelente estado en el que se ha preservado a pesar del paso de los siglos, en este espacio podemos visualizar y entender el funcionamiento de todas las fases de la instalación salinera. Desde las profundas cubetas de decantación hasta los espacios donde se produce el mágico final del proceso: la cristalización.
Las instalaciones, que dependen del Museo do Mar de Galicia, también incluyen una exposición a través de la que descubriremos la importancia de la sal a lo largo de la historia, los distintos sistemas empleados para obtenerla y los usos que los romanos dieron a este importante producto, incluidas algunas recetas que nos permitirán conocer los gustos culinarios de los habitantes del imperio.
La última parada de nuestro recorrido se encuentra a escasa media hora de la ciudad olívica, en el municipio pontevedrés de Vilaboa. En el fondo de la ría encontraremos las Salinas do Ulló y Larache, el mayor complejo salinero que se conserva en toda Galicia. Su origen se remonta al siglo XVI, aunque no será hasta una centuria después cuando entren en plena actividad. Los jesuitas se hicieron con ella en 1694, construyeron una granja en sus inmediaciones y finalmente fueron expulsados de España en el siglo XVIII, lo que supuso el abandono de la actividad de obtención de la sal en este emplazamiento.
En las Salinas do Ulló podemos viajar en el tiempo a través de las recreaciones virtuales que nos ilustran cómo era el lugar en el pasado y que se incluyen entre los contenidos de los paneles informativos. Pero también podemos pasear por los senderos habilitados, recorrer el gran dique (conocido como la “banca de casó”) para contemplar la Ensenada de San Simón, perdernos entre las decadentes y hermosas ruinas de la granja y descubrir la gran biodiversidad que atesora este espacio natural y cultural. Se trata de un lugar excepcional para la contemplación de aves y observación de zonas de intermareal, marisma y bosque de ribera.
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